miércoles, 3 de noviembre de 2010

Fuego de fósforo

La tarde de ayer me encontraba disfrutando de una agradable charla de café con unos amigos cuando de repente  escuchamos el comentario de que el amor juvenil no es amor. Dicho asunto nos condujo al debate que hoy inspira la reflexión.
 Fue a partir de tal comentario que nos  preguntamos si la frecuencia en la que los jóvenes suelen enamorarse repercute en la calidad de tal sentimiento y con ello en la veracidad de su existencia. Primeramente ante ello entraríamos en el debate que representa el definir qué es el amor, ya que cada uno le da el significado que mejor le conviene, lo que en todo caso convierte en  un intento innecesario el juzgar si una persona lo siente o no.
Por otro lado, desde mi punto de vista, una de las cuestiones que hace bella a la juventud es la ingenuidad y el desenfado con el que se aventura a la vida, sin temor al fracaso (cuestión que con el tiempo nos aterra cada vez más a los seres humanos). En ese sentido, el amor juvenil no entiende de ataduras y suele desbocar el sentimiento llevándolo a niveles que el resto de la vida nos representarán añoranza.
Así pues, aunque el amor juvenil arda y se extinga con la facilidad que lo hace un fósforo, no necesariamente por ello deja de ser real, ya que esto depende de la persona que lo viva; por otro lado, también representa un fragmento del interminable proceso de aprendizaje que en sí mismo es vivir.
Esta obra está bajo una licencia de CREATIVE COMMONS

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